¿Los humanos somos el problema?

Marzo 2023 / ¿Los humanos somos el problema?

Crecí rodeada de personas que me enseñaron a amar a los otros animales, a las plantas, a la Tierra. Eso me llevó a querer aprender más sobre cómo cuidarlos, y eso me llevó a querer aprender sobre la crisis ecológica, la explotación, la contaminación y la extinción.

En ese proceso empecé a encontrarme una y otra vez con una narrativa que a primera vista tenía mucho sentido: los humanos somos el problema, la Tierra está bien solo cuando no estamos nosotros y lo mejor que podemos hacer es alejarnos de ella tanto como sea posible. De hecho, de acuerdo a esa narrativa, lo mejor que podemos hacer es extinguirnos.

Leí esa idea mil veces, la escuché dos mil, la sentí con cada parte del cuerpo. La aprendí. Me la dije a mí misma y, seguramente y sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, la repetí y la hice más fuerte. Pasé mucho tiempo queriendo desterrar mi propia humanidad, y eso me llevó —inevitablemente— a generar una grieta entre mi cuerpo y el cuerpo de la Tierra, una herida que empezó a doler desde mucho antes de haberme dado cuenta de su existencia.

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Desde hace años, gracias a una profunda crisis personal, empecé a cuestionar esa narrativa. Ahora sé que despreciar a la humanidad no me ayuda a ser el tipo de persona que quiero ser, no me ayuda a participar de manera más cuidadosa en el tejido de la vida, no me ayuda a sanar la Tierra, no me ayuda a resolver nada.

Ahora sé — gracias, crisis— que una de las cosas que la Tierra necesita de nosotras es precisamente que cultivemos otras narrativas, unas que nos ayuden a reencontrarnos con nuestra propia capacidad de cuidar, de abrazar la complejidad, de generar belleza, de sanar la herida.

Despreciar a la especie de la que somos parte (como si fuéramos todos una masa monolítica) implica necesariamente despreciarnos también a nosotras mismas y a todos los humanos que amamos, y tratar de sostener esa experiencia tan densa en estos frágiles y mortales cuerpos inevitablemente nos rompe por dentro, y profundiza la grieta en nuestra relación con la Tierra, que creemos que está solo “afuera”.

 

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Los humanos existimos como especie hace muchos miles de años. En esos muchos miles de años hemos sido animales curiosos que exploran el mundo, que tejen, dibujan, cultivan, acarician. Hemos sido animales que inventan bailes y les cantan y les escriben poemas a las aves, a los ríos, al sol y a la luna. Hemos sido animales que encuentran a dios en los escarabajos y les cuentan historias a sus hijos sobre sus familiares árboles, montañas y peces.

Hemos sido, también, animales que desarrollan actividades que hieren a otros seres y a la Tierra de la que somos parte. Pero esas actividades no caracterizan a toda la humanidad ni definen la experiencia de todos los Homo sapiens de toda la historia.

Necesitamos ampliar nuestra mirada para que quepa una historia más completa y más compleja. Como dice la investigadora de clima y salud mental Britt Wray, autora del maravilloso libro Generation Dread: “odiar a ‘toda la humanidad’ no sólo es un signo de una sorprendente falta de comprensión, sino que forma parte de una actitud que va a terminar matándonos».

El problema no somos los humanos por el hecho de ser humanos. Cada vez que decimos que los humanos somos el problema (juntando a toda una especie en un solo costal sin forma) estamos participando en un borrado colectivo de la historia de la belleza que ha inventado la Tierra en forma humana. Cada vez que decimos que los humanos somos el problema hacemos más difícil el proceso de imaginar otras maneras de existir. Cada vez que decimos que los humanos somos el problema estamos abriendo más la herida, dificultando más el proceso de transformarnos para regenerar nuestra relación individual y colectiva con la Tierra.

 

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Hace unos días me encontré con una frase que decía “No podemos convertirnos en quienes queremos ser / Si nos quedamos siendo como somos”. Es una de esas verdades obvias que se olvidan precisamente por su obviedad. En el contexto de lo que te estoy contando hoy podríamos leerla así: No podemos transformarnos en quienes la Tierra necesita que seamos (y en quienes merecemos ser) / Si nos quedamos repitiendo la misma historia sobre cómo supuestamente somos.

Sé que abrirnos a ver a los humanos con otros ojos no es una tarea fácil. Hay mucho dolor, mucha rabia y mucha tristeza que se han acumulado por tiempos más largos que nuestra propia vida. Sin embargo, estoy convencida de que si no estamos dispuestas a amar lo humano —que es una manifestación de la Tierra—, no vamos a poder sanar lo que necesita sanar para que podamos vivir de otra manera.

Donde más cuidado se necesita es en la herida. Donde más hace falta el amor es precisamente ahí donde parece imposible que germine.

 

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